«Latinoamérica debe luchar contra su adicción al petróleo

«Si tuviéramos que proponer un lema para la política económica», escribió el intelectual y político venezolano Arturo Uslar Pietri cuando comenzó el auge del petróleo en los años 30, «sería el siguiente: sembrar el petróleo».
Casi un siglo después, los líderes latinoamericanos de todas las tendencias políticas siguen trabajando con esa fórmula de desarrollo. Es una estrategia curiosa para un continente que este año vuelve a ser la región de menor crecimiento del mundo y que depende excesivamente de las exportaciones de commodities.
El presidente populista de México, Andrés Manuel López Obrador, está invirtiendo miles de millones en el castigado gigante petrolero estatal Pemex. El nuevo gobierno peronista de Argentina aclama como salvavidas un nuevo gran desarrollo de la industria del shale en la Patagonia y la administración de Brasil promociona subastas multimillonarias de derechos petroleros como transformadoras.
Las economías sudamericanas más pequeñas también se contagiaron el virus del petróleo. Guyana se unirá a las filas de las naciones productoras de crudo el próximo año, a medida que los nuevos grandes yacimientos offshore entren en funcionamiento. Y la cercana Colombia busca mejorar su producción, que viene en descenso.
En medio de esta bonanza petrolera, el resultado de la subasta de petróleo de Brasil del mes pasado ofrece una moraleja. El gobierno esperaba obtener u$s 25.000 millones sólo por la licencia de un desarrollo apuntado a duplicar la producción y catapultar a Brasil como uno de los principales productores de petróleo del mundo.
La subasta fracasó. Los únicos postores fueron la empresa petrolera estatal Petrobras y dos empresas chinas de propiedad del gobierno. Dos de los cuatro yacimientos ofrecidos no recibieron ninguna oferta. Algunos analistas culparon al gobierno por pedir un precio demasiado alto, pero los diplomáticos en Brasilia ofrecieron una explicación diferente: las grandes petroleras son más cautelosas a la hora de comprometer decenas de miles de millones de dólares en nuevos desarrollos complejos con horizontes a largo plazo, en medio del amplio impulso global a la energía limpia.
Esa experiencia resalta la necesidad de que América latina piense más allá del petróleo y del gas para su desarrollo económico, algo que debería ser obvio en un continente que no logró diversificar su economía lejos de las materias primas. Los ciudadanos de la región entienden los riesgos de los combustibles fósiles, según una encuesta de Pew Research del 2016.
Las prolongadas sequías en Centroamérica, Brasil y Chile, el derretimiento de los glaciares en la Patagonia y las graves inundaciones en Perú han centrado el foco de atención en los riesgos que implica una economía basada en el petróleo.
Que la región dependa de los hidrocarburos para su desarrollo económico es irónico dado que está bendecida por la abundancia de fuentes de energía renovable y hace años que genera electricidad limpia a partir del uso generalizado de represas hidroeléctricas. Abundan los lugares propicios para generación de energía solar y eólica en el desierto de Atacama de Chile y en la Patagonia argentina.
Pero mientras que el sector privado ve la oportunidad -la inversión extranjera directa en energía renovable aumentó a u$s 17.800 millones en los primeros 10 meses de 2019-, rara vez los planes ambiciosos para las energías renovables aparecen en la estrategia de los gobiernos latinoamericanos. El plan quinquenal de desarrollo de López Obrador para México incluye una nueva refinería de petróleo -un negocio del que la mayor parte del mundo está tratando de salir- y un costoso tren turístico que atraviesa Yucatán. Pero hay pocas ideas para la energía eólica y solar.
Hay excepciones. Chile está promoviendo la inversión en energía renovable y ha comprado para su capital la flota de omnibuses eléctricos más grande de la región. Colombia quiere que las naciones latinoamericanas se comprometan a generar el 70% de su electricidad a partir de energías renovables para el 2030). Pero estas medidas son tímidas y no transformadoras. La empresa estatal de electricidad de México incluso elaboró planes que harían que la mayoría de los proyectos de energía renovable no sean competitivos.
El ex presidente de México, José López Portillo, un nacionalista económico que gobernó a fines de los 70, solía presumir: «Los países pueden dividirse en los que tienen petróleo y los que no lo tienen. Nosotros tenemos». Pero hoy en día, son las naciones de mercados emergentes sin petróleo las que tienen un mejor futuro.

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