El coche eléctrico dejó de ser la única estrella de la movilidad limpia. La tecnología de hidrógeno empieza a posicionarse como alternativa real en un escenario donde la autonomía, la velocidad de recarga y la independencia de la red eléctrica pesan tanto como la eficiencia.
Un vehículo de hidrógeno funciona con una pila de combustible que genera electricidad a bordo mediante una reacción química entre hidrógeno y oxígeno. El único residuo es vapor de agua. En contraste, un coche eléctrico de batería almacena energía que debe cargarse en la red, recuperando parte durante la frenada.
Las diferencias técnicas son claras. Un BEV alcanza entre 300 y 600 kilómetros de autonomía y necesita de 30 minutos a 8 horas para cargarse. Un FCEV puede recorrer hasta 700 kilómetros y repostar en apenas cinco minutos, aunque con menor eficiencia energética.
En diseño, los eléctricos ya ofrecen plataformas optimizadas como el Tesla Model 3 o el Volkswagen ID.4, mientras que los modelos de hidrógeno —como el Toyota Mirai o el Hyundai Nexo— requieren configuraciones adaptadas para tanques a alta presión.
La infraestructura marca el pulso de esta competencia. En España hay más de 20.000 puntos de carga para eléctricos, pero apenas una decena de hidrogeneras. Este dato mantiene la ventaja del BEV en el uso urbano y particular, aunque el hidrógeno asoma como solución para transporte pesado y largas distancias.

El reciente apagón nacional encendió la alerta sobre la dependencia de la electricidad. El hidrógeno puede producirse con energía solar, eólica o biomasa, y almacenarse sin depender de la red, lo que le da un plus de resiliencia frente a cortes masivos.
Para sectores como el transporte de mercancías, la logística internacional o los servicios de emergencia en zonas aisladas, la posibilidad de cargar combustible en pocos minutos y recorrer grandes distancias sin emisiones es un argumento de peso.
En ciudades con alta densidad de población, el vehículo eléctrico mantiene su ventaja por la disponibilidad de cargadores y su bajo costo de mantenimiento. Sin embargo, expertos advierten que la masificación de BEV sin diversificación energética podría generar cuellos de botella en la red.
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