En 2026, el noroeste de Inglaterra vivirá un gran acontecimiento energético: la apertura de la primera planta comercial de almacenamiento de energía con aire líquido. La instalación, levantada cerca de la localidad de Carrington, se prepara para convertirse en una alternativa real a las baterías de litio y a la hidroeléctrica de bombeo. Su objetivo es simple pero muy ambicioso: guardar el excedente de energía limpia y liberarlo cuando la red lo necesite.
El sistema se basa en un principio físico tan ingenioso como olvidado durante medio siglo. El aire del entorno se comprime y enfría hasta licuarlo. Así, se guarda en grandes tanques criogénicos. Cuando la demanda eléctrica crece, el aire líquido se vuelve a calentar y expande, generando energía mediante turbinas. Un proceso circular y silencioso que devuelve el aire a la atmósfera una vez utilizado.
Highview Power, la empresa detrás del proyecto, asegura que este método puede ofrecer una reserva energética estable sin depender de recursos hídricos o terrenos específicos. En cifras, la planta podrá almacenar 300 megavatios-hora, suficiente para alimentar brevemente a unas 480.000 viviendas.
El reto de almacenar energía cuando no sopla el viento
Las energías renovables han alcanzado un punto clave: ya producen más electricidad que el carbón en gran parte del mundo. Pero su gran desafío sigue siendo el mismo: la intermitencia. No siempre hay Sol o viento y, en ocasiones, la producción desborda la capacidad de la red eléctrica. Ahí entra en juego el almacenamiento.
Las centrales térmicas podían encenderse a voluntad. Con la energía solar o eólica, la situación es distinta. Si se genera más electricidad de la necesaria, la red puede saturarse; si hay menos, se corre el riesgo de apagones. De ahí la importancia de tecnologías capaces de guardar la energía sobrante y devolverla cuando sea preciso.
Hasta ahora, los métodos más utilizados han sido la hidroeléctrica de bombeo y las baterías de gran escala. Sin embargo, ambos sistemas presentan limitaciones. El primero depende de la geografía y del agua; el segundo, del alto coste y del impacto ambiental del litio. El aire líquido llega como una alternativa más económica y con mayor durabilidad.
Cómo funciona un sistema que parecía ciencia ficción
Aunque suene futurista, la idea nació en 1977 y permaneció en el olvido hasta hace pocos años. El proceso tiene tres fases principales. Primero, el aire se limpia y se comprime a alta presión. Después, se enfría a temperaturas extremadamente bajas hasta convertirse en líquido. Finalmente, cuando se requiere energía, se bombea de nuevo, se calienta y se transforma en gas, liberando la potencia almacenada.
El intercambio de calor es la clave.
Se utilizan tubos y conductos a distintas temperaturas para regular el proceso con precisión, evitando pérdidas de eficiencia. Lo interesante es que el sistema puede mantenerse activo durante años sin apenas degradación, algo que las baterías no pueden garantizar.
El coste también marca la diferencia. Mientras que almacenar un megavatio-hora con baterías de iones de litio puede costar hasta 175 dólares (150 euros), hacerlo con aire líquido se estima en unos 45 dólares (38 euros). Un ahorro considerable que abre la puerta a una adopción más amplia, sobre todo en redes nacionales y grandes infraestructuras.
Un futuro con aire en el centro de la energía limpia
La planta de Carrington será sólo el inicio. Highview Power ya planea dos instalaciones más en el Reino Unido y otras en Australia y Japón. La más grande, situada en Escocia, podría alcanzar los 2,5 gigavatios-hora, casi diez veces la capacidad inicial.
Aun así, la rentabilidad del modelo depende de un factor decisivo: la expansión de las renovables. Cuanta más energía limpia entre en el sistema, mayor será la necesidad de almacenarla. Los gobiernos podrían acelerar su adopción ofreciendo incentivos económicos o reduciendo los costes iniciales de construcción.
El aire líquido se perfila como una pieza esencial en la transición energética mundial. Permite almacenar electricidad durante más tiempo que las baterías y con un mantenimiento mínimo. En un futuro donde la energía será cada vez más intermitente y descentralizada, quizás el aire, tan abundante como invisible, se convierta en la nueva moneda de la estabilidad eléctrica.