Alemania es un país de cuentos, en el buen sentido de la palabra. Los hermanos Grimm eran alemanes, Caperucita Roja, Rotkäpchen, era alemana, y el flautista de Hamelín, Hameln, era alemán. El bosque germánico, tan querido y paseado por los teutones, está lleno de hadas y duendecillos, que dan pie a leyendas, a Märchen. Hubo cuentistas, uno noble, bienintencionado, con barba, el siglo XIX, y otro brutal con bigotillo el siglo pasado, pero esa es otra historia, eso es el pasado. Hoy ya no hay príncipes ni princesas como en otras latitudes. Alemania es una República, sólida, democrática de verdad, no como la que absorbió, y Federal, también de verdad, no como otros países que no saben lo que son.
Pero sigue contando cuentos. Uno muy bonito que nos vendió la industria alemana en las últimas décadas era que los motores Diesel no contaminaban, que eran, no energía verde, sino azul, BlueEfficiency, limpia como los cielos velazqueños. Los alemanes pretendían competir en los EEUU contra los glotones autos locales. Pero una investigación de la Universidad de West Virginia descubrió el truco. Al pasar la ITV, al estar parados, no contaminaban, pero sí en marcha.
Fue un escándalo monumental o, más bien, un timo. Dimitió el presidente de VW, Martin Winterkorn, se anunciaron multas milmillonarias, y se propuso un cambio radical en la industria alemana. Tenía que limpiar su imagen, y nunca mejor dicho. Los comandos generales de las empresas dieron la orden: ahora, lo híbrido, un poco, tampoco había que pasarse, y después, todo eléctrico. Pero también son cuentos.https://app.mycountrytalks.org/survey/ca2bdcd6-6137-4b14-ae1f-cd3ca03dd6c2
En una entrevista, antes del escándalo, el entonces gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, le dijo al presidente de VW que tenían que producir coches más limpios, eléctricos a ser posible. Winterkorn, bastante arrogante siempre, respondió que eso era una tontería. Y la muy apreciada señora Merkel, hoy en funciones, fuera del agitado tráfico político, le dijo al actor en alemán, porque Mr. Músculo es de origen austríaco y lo entiende, que se estaban pasando con la industria teutónica, con tanta regulación ¡Ah, el clima! ¡Ah, señora Merkel! Hay otro cuento alemán de título rotundo, Dornröschen. En castellano suena más dulce: La Bella Durmiente. Decía el semanario The Economist, al mostrar en su portada el orgulloso águila del escudo germano alicaído y despistado, que Merkel ha sorteado las tormentas, desde la económica hasta la del virus, pero ha dejado quizá demasiada frustración y autocomplacencia.
Ahora, todas las revistas del motor, los salones del automóvil como el de Múnich, están llenos de híbridos y eléctricos. Pero en la calle vemos pocos, algún híbrido, muy pocos, y algún eléctrico, menos aún, que llegan al centro de las ciudades desde los ricos barrios residenciales, de los que tienen garaje para cargarlos. En los barrios populares hay pocos enchufes. De todos los tipos.
Los jóvenes alemanes del Fridays for future, preocupados por su futuro, que votan en su mayoría a los verdes, creen que este verano los partidos políticos les han contado otro cuento, literalmente, otro Märchen. Mucho hablar del clima, apunta Luisa Neubauer, en el semanario Die Zeit, pero nadie propone soluciones. Y tienen miedo, claro, porque estas Navidades o las próximas, al paso que van las cosas, Papá Noel puede llegar, no en trineo, sino en tabla de surf y bien afeitado por la subida de las temperaturas.
El ‘Made in Germany’ tenía y tiene fama en todo el mundo. En China, en Estados Unidos o en Japón, el que se precie lleva un coche alemán. Y por aquí, no hay más que ver lo que rueda por nuestras ciudades y pueblos. En la España vacía, menos, claro. Porque lo alemán dura mucho. O duraba. Me refiero a los productos. Otras cosas, las parejas, como en otras partes, muy poco. Los verdes alemanes y los que les apoyan apuestan por lo ecológico, hay que limitar todo lo que contamine.
Hasta ahora, un coche bueno de verdad tenía que llevar un motor germano, como decía aquel famoso anuncio de hace años: ágil, seguro, ¡alemán! ¡Casi nada! Claro, el primer vehículo que circuló fue el de Karl Benz. El motor de gasolina se mueve por el ciclo inventado en 1876 por Nicolaus Otto (Véase Wikipedia) y dos décadas más tarde, el Diesel (pronúnciese diisel, bitte) sí, ese que pedimos cuando vamos a ese sitio tan caro, por Rudolf Diesel (también Wiki). Todo alemán. Admirable. Ellos trabajando, investigando, y otros viviendo del cuento, y de cañitas, que los hay por miles.
Pero ahora, esos rudos motores, hoy tan complejos, tienen un serio problema y no de duración, por supuesto, sino de fabricación. Y no solo los alemanes; es un fallo global porque este lindo mundo que nos hemos dado es global. La fábrica de Opel en Turingia permanecerá cerrada tres meses y sus 1.300 empleados en Kurzarbeit, el trabajo a tiempo parcial. Una entre tantas. No llegan microbichillos de Oriente.
Paso ante un concesionario de una marca alemana “premium”. Está vacío. Un cartel en el escaparate indica: estamos cerrados hasta nuevo aviso. ¿Qué ha sucedido, la crisis, no se venden? No. Es que no llegan coches, no se fabrican porque falta ese componente mínimo, ese duendecillo que hoy está por todos los recovecos de un auto moderno. Sí, los chips. Aunque la tecnología es germana, tope de gama, los circuitos vienen de Oriente. El Fausto germano ha vendido su alma a Mefistófeles, que en estos tiempos resulta ser oriental. Ojo, que aquí también nos hemos vendido al diablillo…
El producto alemán tiene, tenía, un truco: se prueba hasta la extenuación. El Escarabajo de Volkswagen, promovido por Hitler, fue probado hasta el límite de la resistencia de los metales por su diseñador, Ferdinand Porsche, antes de la segunda guerra mundial. Tras el conflicto, se convirtió en el símbolo del milagro alemán. No era nada ágil, era pesado, muy lento, muy ruidoso, no tenía apenas maletero, pero, ¡era alemán, casi nada! El vehículo triunfó sobre todo en los EEUU. A su vuelta a casa, los soldados estadounidenses adquirían el proyecto populista nazi, el Coche del Pueblo, del país que habían bombardeado. Y James Dean se mató en un Porsche, que, en aquellos tiempos, no era más que un Escarabajo modificado por su diseñador.
Alemania es un país conservador en lo mecánico y en político. En sus 72 años de historia, la Republica Federal ha sido un gran lago democristiano de largos mandatos, Adenauer, Kohl, Merkel, con islas socialdemócratas, Brandt, Schmidt o Schröder. Que un líder marcha bien, pues se le mantiene en el cargo.
Había y hay un problema, Alemania no innova. Si un producto funciona, se pule, se pule, hasta que queda anticuado y la empresa está a punto de quebrar. Merkel ha dejado a su partido en mínimos históricos, está obsoleto. Eso le pasó a Volkswagen en los 70 del siglo pasado, que no encontraba sustituto al Escarabajo y estaba al borde de la quiebra. Hasta que llegó un italiano simpático, Giugaro, diseñó el Golf, y VW se convirtió en líder mundial, codo con codo con Toyota, agrupando marcas, Seat, Audi o Skoda, que llevaban, por cierto, el viejo motor trucado, el TDI. Ah y el Golf siempre debe ser un Golf…
El problema es que el viejo motor de explosión inventado por los ingenieros germanos, sea el Otto de un Ferrari, o el Diesel de una modesta furgoneta de reparto, tiene los días contados. Los biturbo, Kompressor, ochocilindrosenuve, 32 válvulas, cientos de CVs, son cosas de la edad de hierro y del acero, del siglo XIX.
Hoy todo debe ser eléctrico y digital, todo se mueve por electrones. Hasta nosotros, si llega el caso.
Las marcas alemanas, protegidas por la madrecita Merkel, no vieron o no quisieron ver venir el tren eléctrico de la modernidad, no vieron llegar a Tesla, hasta el punto de que el fabricante estadounidense ha llegado a instalar una fábrica donde más duele, a unos kilómetros de Berlín, en Grünheide, Brandemburgo. Lo de vender coches a los alemanes es como llevar frigoríficos a los lapones. Por cierto, puede ser un gran negocio en el futuro, para las starts ups, porque dicen que los polos se están deshelando. Esto no es lo que era.
Ahora, las divisiones del motor alemanas intentan frenar la nueva invasión yanqui, que no está en las playas de Normandía, sino a las puertas de Berlín: ¡que vienen los americanos, todo eléctrico! Pero todos los motores eléctricos son más o menos iguales, estén hechos en Munich, en Tailandia o en Transnistria. ¡Y cuidado con los moldavos! Lo puedes ver en los tutoriales de Youtube, los puedes montar en uno de los encierros por la pandemia, en el cuarto de estar de tu casa, no necesitas el famosos garaje americano: un estator, un rotor y poco más; nada de seisenlínea, uveseis, tal potencia, de tal cilindrada, turbo compresor, tantas válvulas. No. Los motores eléctricos son prácticos, sosos, no suenan, son anónimos. Un coche alemán con un motor eléctrico se diferencia poco de un surcoreano, ¿no?
De momento, si haces un trayecto largo por la carretera no hay ninguno. Treinta mil euros por uno pequeño y no llego a salir de la provincia, me cuenta un socioconsciente que ha comprado un modelo muy pequeño. Y cuando tienes que cambiar la batería, siete mil euros a los cuatro años… Otro problema: producir una batería tiene mayor impacto ecológico que fabricar un viejo y humeante motor, me dice un vendedor de coches alemanes, de los antiguos y de los nuevos. Si es que llegan. Y si todos los motores son eléctricos y cableamos todas las ciudades, el precio del cobre subirá de manera vertiginosa y los coches limpios serán carísimos.
Y una última y definitiva cuestión es el origen de la energía eléctrica. En Francia viene de lo nuclear, pero en Alemania, en su mayor parte, de las sucias y contaminantes centrales de carbón. El futuro energético y la coalición a tres lo van a decidir verdes y liberales, los dos extremos de ese centro amplio de la política alemana en el que están todas las fuerzas, excluidas la ultraderecha y La Izquierda poscomunista. Los dos partidos se han puesto a negociar por su cuenta y son los que se van a inclinar por la democracia cristiana o la socialdemocracia. Son los hacedores de reyes. Van a decidir entre una política más progresista, como quieren los ecologistas y formar coalición con la socialdemocracia, la semáforo, o más conservadora, la Jamaica, e irse con la democracia cristiana como prefieren los amarillos, más partidarios de la economía de mercado. Los liberales están por el mantenimiento de la velocidad libre en las autopistas, un principio sagrado alemán. Se dice que los EEUU son el país del ‘free speech’ y Alemania de la ‘free speed’.
Los Verdes creen que hay que limitarla para reducir el consumo de carburante. Los ecologistas ponen la protección del clima en el centro de sus propuestas, para eso se llaman así, quieren que Alemania sea neutral en emisiones en 20 años. Para los liberales el problema es la velocidad, hay que evitar el cambio climático, sí, pero con calma, dentro de unos 30. En 2017, a Angela Merkel le costó nada menos que seis meses llegar a la Gran Coalición que ha gobernado los últimos cuatro años. Pero el tiempo apremia, dicen en Alemania patronales, sindicatos y los que han votado. Hay que tomar decisiones y rápido, para que estos cuentos tengan un final feliz, pero no según el picante modelo oriental, que ya sabemos las consecuencias que tiene, sino para que Papá Noel pueda seguir viniendo en trineo, que es mucho más limpio. No lleva ni siquiera motor eléctrico. Pero, ¿y los renos…?